
Este ensayo conlleva riesgos que no todos los lectores aceptarán de grado. Me corresponde escuchar las objeciones y los reparos a su seriedad, al rigor de su aparato crítico, a sus extravíos, a sus presupuestos. Me restará proponer algunas sugerencias que, en el mejor de los casos, ayudarán a enfocar los aspectos que han suscitado mi curiosidad —algunos de mis asombros— y que motivaron la escritura de un trabajo como éste, con la esperanza de despertar curiosidades y asombros similares a los míos en medida suficiente que haga valer la pena el trabajo de pensar conmigo a lo largo de estas líneas. Alguien calificó este texto como una novela epistemológica y sugirió disfrazar pudorosamente a los presocráticos con un seudó- nimo, a fin de no comprometer afirmaciones de carácter dudoso en terrenos patrullados por los estudios serios sobre la materia. Por razones que creo que se harán manifiestas un poco más adelante, la primera idea me resulta halagadora y, en atención a la segunda, creo que hay que decir claramente desde ahora que éste es un trabajo que transita con cierta libertad entre la literatura y la filosofía, una elucubración sobre tópicos de mi interés, que no guarda pretensiones filológicas o de descubrimiento en los terrenos de la investigación de los estudios griegos.