La parte del diablo

Más allá de todas las advocaciones y representaciones del Diablo a lo largo de la historia occidental, el filósofo suizo reflexiona sobre el espíritu del Mal como una cuestión inherente al ser humano. Artífice de la mentira y el engaño, el Diablo es la representación del Mal: encarna la vileza y la traición, transgrediendo la realidad y sus estructuras. Rougemont señala que no podemos negar la presencia del Mal en nosotros mismos, y nos advierte sobre su inevitable persistencia. No obstante, en un atisbo de esperanza, concluye que, para reordenar el mundo y alcanzar una vida más justa, es preciso recuperar la espiritualidad, la responsabilidad y solidaridad con el prójimo, y, principalmente, nuestra libertad individual.